viernes, 8 de octubre de 2010

Volaron las últimas golondrinas con el fin del verano y dejaron mi tejado desolado.
Por las mañanas ya no me despiertan sus cantos, y apenas quedan pájaros en este cielo contaminado.
Ahora vuelan las palomas solas sobre el decorado urbano, pero su insolencia me llena cada día de rebeldía. Desde el cielo buscan calvorotas para hacer diana y cagarse en todo y sobre todo a todo.
El pobre Carlos III sobre su caballo en mitad de la plaza de Sol ha terminado aceptando como sombrero el plumaje de tres palomas que se alimentan cada día de los mendrugos de pan que un abuelito les viene a dar. El sombrero de Carlos III cada día se hace más grande, más gordo y más insoportable...
Igual que esta ciudad sin golondrinas, pero aunque las eche de menos es necesario que vuelen... No quiero pájaros enjaulados!
Emigraron al sur, tal vez porque son las encargadas de llevar la primavera de un lado a otro del mundo y no se sienten de ninguna parte. Vienen y ván, libres, como el aire y en el aire con sus vuelos acrobáticos.
Y es por eso que este cielo ya no tiene kamikazes.
Por suerte ví a la última golondrina partir y sentí algo tan especial como ver la primera hoja del otoño caer; Estaciones sin parada son las golondrinas...
Llegan sin darte cuenta y te revolotean en la tripa antes de que las mariposas hayan metamorfoseado en la barriga. El corazón se lo llevan en un vuelo y te dejan en el aire, en una especie de sensación de precipicio.
Y yo ya no quiero ser paloma , quiero ser golondrina y aprender a volar con cada primavera y llegar tan lejos como tú y aprender a volver, como las golondrinas de Bécquer y algún día poder volver en tu balcón mis nidos a colgar.

2 comentarios:

  1. me emociona(s), empatizo con esa sensación tanto que tengo piel de gallina, pelos de punta!
    y ya que estoy.... te digo dónde estoy de nuevo:
    http://miradosveces.wordpress.com/

    :)

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  2. que bonito!! me encanta leerte!

    un besazo!

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